Hace un tiempo ya que se viene diciendo que lo que estamos transitando no es todavía un plan de estabilización.
Hay elementos contundentes: la indefinición del régimen monetario y la no independencia del BCRA; la persistencia de la mayor parte del duro esquema de controles de cambios y la ausencia de anclas. Incluso, ausencia de definiciones desde el discurso oficial que busquen contener las expectativas en el corto plazo.
La confirmación vino de la mano de la fuerte baja de tasas nominales, que produjo la baja de la tasa de los pases del BCRA y la migración “forzada” de la liquidez bancaria colocada en esos pases, que era de más de 24 billones de pesos, hacia las subastas de títulos del Tesoro. Eso aseguró el arbitraje entre la tasa de los pases y toda la curva de tasas, lo cual propició una baja de todas las tasas en pesos. Incluída la deuda indexada, cuya suba de precio profundizó las tires negativas.
Ese movimiento a la baja de las tasas nominales en el contexto de una aceleración de las expectativas de inflación para el corto-mediano plazo fue indudablemente expansivo y alimentó el proceso de desarme de posiciones especulativas en pesos hacia posiciones transaccionales, que aceleraron su velocidad de circulación.
Está claro que no se busca estabilizar los niveles de nominalidad, sino aprovechar el período inicial de gobierno (cuando los niveles de apoyo popular son superiores), la pésima herencia (comprendida por buena parte de la población), un contexto donde buena parte de los agentes económicos se había anticipado a una posible “dolarización apurada” y la propia estacionalidad de la demanda de pesos para acelerar el proceso de licuación de los stocks denominados en pesos.
¿Eso es malo? No necesariamente. La licuación puede ser vista como una forma de generar condiciones para un plan de estabilización posterior que esté menos condicionado y tenga condiciones iniciales más favorables, sin tener que recurrir a una ruptura explícita de contratos o avanzar en recortes de gasto público más profundos.
Claro que no está exenta de riesgos. La alta inflación es de por sí un fenómeno volátil y la dinámica podría cambiar de forma abrupta ante cualquier shock político o externo negativo.
La cuestión social también es clave. Es muy difícil saber cuánta más licuación de ingresos, con la consiguiente suba de la pobreza, está en condiciones de digerir la sociedad sin que se generalicen las protestas y la pérdida de los niveles de apoyo popular.
Por eso también es importante el reciente acuerdo con el FMI, que hace que el propio organismo no sea un factor de presión sobre las reservas durante esta etapa de licuación, y que la cosecha gruesa esté bien acompañada por la cuestión climática. Es bueno despejar factores que podrían aportar ruido o sorpresas negativas.
¿Para qué este proceso? Acá hay muchas opciones y son todas necesariamente especulativas. Licuar en la previa, sin duda, es para mejorar las condiciones iniciales de un plan de estabilización, cualquiera sea el mismo. En una economía desmonetizada, que de la mano de esa licuación logró avanzar a paso firme en la consolidación fiscal, es más fácil implementar cualquier plan.
Ni hablar de los requerimientos de divisas de planes del tipo hard peg cambiario o dolarización. Si fuera el caso, estaríamos asistiendo a una reformulación de la secuencia del proceso de dolarización, más lógica que la que se había barajado en campaña.
En una economía desmonetizada y sin necesidades fiscales que presionen al BCRA, también es más fácil y más rápido estabilizar con esquemas estrictamente monetarios. Si se logra anclar expectativas con el régimen que se diseña, la recuperación de la demanda de pesos potencia la baja de la inflación y la recuperación de la actividad. Y al no tener que hacer piruetas monetarias para financiar al Tesoro, el régimen es más creíble y el espacio para inconsistencias es mucho menor.
De modo que la pregunta sobre la licuación podría tener como respuesta un cálculo político. La administración Milei podría estar apostando a endilgar buena parte de la responsabilidad de esta etapa de licuación al gobierno anterior, para luego capitalizar la estabilización rápida y expansiva de cara a las elecciones de medio término. Suena lindo, pero una cosa es decirlo; otra, que salga.