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Cómo fue la cena de gala de Luis Miguel en La Rural: vestidos de fiesta, pogo y un cantante sin demagogia

Pasión. Si hubiera que definir con una sola palabra lo que genera Luis Miguel, lo que despierta y agita en sus fans es eso, pasión. Y el sitio en que lo genera no importa: puede ser un estadio cerrado como el Movistar Arena, o abierto como el Campo de Polo. O puede ser una elegantísima cena de gala en La Rural, como la que sucedió este martes 5 de marzo, con 2.200 personas emperifolladas para la gran fiesta, pagando un mínimo de 1.200.000 pesos por cabeza.

La pasión no entiende de razones, se sabe. Por eso al llegar a La Rural no asombra ver cientos de fanáticos afuera -de esos que sabés que no tienen tickets y que no van a entrar-, con la ilusión pintada en la cara, cantando a todo pulmón las canciones de Luis Miguel, sacándose fotos para inundar las redes y tratando de retener quién es esa famosa que pasó rauda y en vestido de lentejuelas para ver a su ídolo.

Una recepción bien regada al llegar, entrada, plato y postre (menú de tres pasos a cargo del catering del Faena, con carpaccio de pulpo, carnes patagónicas con salsa de oporto y malbec y vegetales de estación) más canilla libre de bebidas con y sin alcohol.

Una verdadera fiesta, que podría ser un quince o un casamiento, dado las galas de los asistentes, pero que prescinde del carnaval carioca y la cumbia y que se centra en un cantante en su mejor momento, con una banda potente y numerosa y una catarata de hits que resisten muy bien el paso del tiempo.

A las 22.13 Luis Miguel entra en escena. Será que no me amas, Amor, amor, amor, Suave. Arranca bien arriba y no se bajará de allí en el poco más de hora y media de concierto. Las pulseras que nos dieron a la entrada van cambiando de color con las luces de escena.

Algunas caras famosas (Guillermo Coppola, Georgina Barbarossa, Ángela Torres y Rusherking llegando juntos y siendo la comidilla de la noche) y muchos anónimos que pagaron lo que pagaron y que quieren disfrutar de una noche que para ellos tiene que ser inolvidable.

Luis Migyuel hizo una verdadera fiesta en La Rural. Foto: Archivo Clarín/Martín Bonetto Luis Migyuel hizo una verdadera fiesta en La Rural. Foto: Archivo Clarín/Martín Bonetto

Un hit tras otro

Culpable o no, Te necesito, Hasta que me olvides, Dame. Luis Miguel canta y hace cantar a todo el mundo. Un dron sobrevuela el ambiente. Al principio, le tememos, vuela bajo. Al rato, es uno más de nosotros y hasta el cantante se hace tiempo para agarrarlo, filmarse cantando -lo vemos todos por las pantallas gigantes- y filmar al público. Luego lo deja seguir volando.

Pasa el medley de boleros (Por debajo de la mesa, No sé tú, Como yo te amé, Solamente una vez, Somos novios, Todo y nada, Nosotros) y las parejas se besan y se cantan mirándose a los ojos. Es amor y diversión. No hay consumo irónico. Hay un cantante dándolo todo (y lo mucho que tiene) y gente recibiéndolo.

Luis Miguel se da unos lujos. Canta Smile pantalla mediante con Michael Jackson y Fly with me con Frank Sinatra. La banda -dos teclados, bajo, guitarra, batería, tres coristas y una sección de viento con cinco integrantes) suena perfecta, sin playback. Puede ser Las Vegas, pero es Plaza Italia.

El Rey Sol hace entrar a una decena de mariachis, hay un homenaje a México y suena La Bikina. Al rato, todos vuelven a cantar a los gritos «!Entonces yo daré la media vuelta!». Pero nadie se da vuelta, todos están mirando de frente al escenario.

Luis Miguel apenas se permite mínimos gestos para la platea. No es necesario. Foto: Archivo Clarín/Martín Bonetto Luis Miguel apenas se permite mínimos gestos para la platea. No es necesario. Foto: Archivo Clarín/Martín Bonetto

Demagogia cero

Luis Miguel no nos dijo buenas noches cuando llegó ni nos la dirá al irse, luego de un popurrí que va de La incondicional a Ahora te puedes marchar, La chica del bikini azul, Isabel y Cuando calienta el sol.

El máximo gesto hacia la platea es agarrar un ramo de flores blancas y tocarse el corazón ante tanto afecto. Es lo menos demagógico que hay. Pero canta de punta a punta, está conectado con el público y con su grupo, que responde al mínimo ademán del cantante.

Algunas chicas (y no tan chicas) ya están bailando pogo. Otras hacen una ronda alrededor de sus maridos. Otras, cantidad, están subidas a las sillas y nadie osaría bajarlas. Muchas también se sacaron los zapatos y bailan descalzas.

Da la impresión que Luis Miguel (que cantará en el Campo de Polo el 6, 8 y 9 de marzo y en Córdoba el 14) que entregaría todo también si estuviéramos en un baile de pueblo, con piso de tierra. Que lo que le importa son las canciones y que lejos está del divo que se quejaba todo el tiempo por el sonido. Disfruta de su propio show. Es genuino.

Y alerta spoiler: no es un doble.

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