«Me pasó lo mismo que a mi mamá«, dijo Ana Calfín (38) en la ambulancia el 6 de agosto de 2023 y eso fue lo último. «Anita» estaba herida, tenía quemaduras desde la cabeza y hasta la cintura. Se sabría después que su pareja, Miguel Vargas Nehuén (29), la había rociado con nafta y prendido fuego. Lo mismo que había hecho su papá con su mamá 35 años antes, cuando ella tenía apenas 3.
El proceso llevó casi dos años de marchas, pericias, reclamos y un juicio por jurados que terminó con un veredicto condenatorio y una fuga de 18 días.
Miguel Alejandro Vargas Nehuén fue considerado culpable del delito de «homicidio agravado por femicidio«, por decisión de un jurado popular en Esquel, Chubut.
De acuerdo a lo que establece la legislación provincial, sancionada en 2019 e implementada desde 2022, esta modalidad de juicio corresponde a delitos con penas de prisión de cumplimiento efectivo de las consideradas más graves dentro de la escala penal.
Pero ese mismo criterio no se tuvo en cuenta para establecer la situación del imputado: Vargas Nehuén llegó a juicio con el beneficio de la prisión domiciliaria y pasó 21 meses a unas cuadras de la familia de Ana Calfín, sin tobillera electrónica ni custodia policial.
Los vecinos se quejaron una y otra vez mientras el femicida caminaba por el barrio o salía a hacer las compras. Nunca le revocaron el beneficio.
Al conocerse la condena, la fiscal Rafaella Riccono había solicitado la prisión preventiva para el hombre. Sin embargo, y de acuerdo a lo que sostuvo el juez Daniel Novarino, no habría «fundamentado su pedido».
La abogada defensora Carolina García se opuso a la medida diciendo que Vargas Nehuén «no había intentado fugarse y que había permanecido a derecho durante todo el proceso».
“No puedo interpretar lo que las partes quieren decir, ni puedo modificar una petición. Debo resolver lo que se me pide de manera fundada”, indicó Novarino, según ADN Sur.
Además, se justificó: «Las medidas coercitivas no pueden tomarse de oficio por parte del juez: deben ser requeridas y justificadas por la fiscalía o la defensa».
De acuerdo a su versión, no pudo cuestionar la presunta impericia de la fiscalía o de pedirle que profundice en los motivos de su pedido, simplemente tuvo que acceder al requerimiento de la defensa y lo dejó ir.
«Entendí que le asistía razón a la defensa, porque la Fiscalía no brindó elementos procesales suficientes para revocar esa decisión de mantener la prisión domiciliaria y convertirla en preventiva en un centro de detención o alcaidía», aseguró.
Lo cierto es que, por esa decisión de Novarino o por ese error de la fiscal Riccono, Vargas Nehuén regresó a su casa y, horas antes de la audiencia de computación de pena -que debía realizarse el martes 15 de abril-, se escapó.
El sábado 3 de mayo, la División Policial de Investigaciones de Esquel, en colaboración con Interpol Chile, logró capturarlo. Ahora, la Justicia solicitó la extradición para que regrese al país y se pueda realizar la audiencia en la que se conocerá la pena.
La detención se concretó en la localidad de Castro, en la Isla de Chiloé, ubicada en la región de Los Lagos, a 770 kilómetros de Esquel.
El femicidio de Ana Calfín
Ana Calfín cumplió los 38 años en terapia intensiva, tratando las quemaduras que terminaron por provocarle la muerte. Trabajaba en el área de administración del Hospital de Esquel, en Chubut. Hacía un año que estaba en pareja con Miguel Vargas Nehuén. Se había construido una casa en el barrio Lennart Englund, cerca de lo de su familia.
Tuvo tres hijos, producto de una relación anterior, que ahora tienen 21, 18 y 15 años.
«Anita», como le decían sus familiares, se crió con su hermana mayor, Alicia Colinecul (64), que también tiene tres hijos con su marido, Miguel Santillán.
Damiana Millanguir, la mamá de Alicia y de Ana, fue víctima de violencia de género. La mujer también fue quemada por su pareja y terminó asesinada de una puñalada por el padre de Ana.
El 6 de agosto de 2023, «ella (por Ana) llegó a nuestra casa por la mañana. Su casa no quedaba a mucha distancia de la casa mía de mis papás. Ese día llegó temprano, salió con mi mamá al cementerio. Fueron a prender velas a la tumba a mi abuela, de su mamá, porque había sido el aniversario de la muerte, el 4 de agosto», recordó Danila Santillán, la sobrina de la víctima.
Después de ir al cementerio, las hermanas regresaron, almorzaron en familia y fueron en familia a la iglesia. «Volvimos tipo 20.30, ella no se quiso quedar a cenar y se fue. No pasó ni media hora que un vecino nos vino a avisar que estaba escuchando gritos, una golpiza y de repente hubo silencio y la vio quemada», aseguró Daniela sobre aquel día.
Daniela tiene 25 años y se crió con Ana como si fuera una hermana. Su familia salió corriendo para socorrer a Ana y lo que encontraron fue una escena trágica.
«Cuando llegamos estaba toda quemada, desde la cabeza hasta la cintura. En ese momento nos dijeron que fue un accidente mientras intentaba prender una cocina a combustión lenta, tenía la piel caída, fue terrible», advirtió.
Daniela la acompañó en la ambulancia. Junto a ella viajó hasta el hospital del que luego fue derivada a Buenos Aires para ser atendida en el Instituto del Quemado.
“Me pasó lo mismo que a mi mamá”, le dijo y ahí entendieron que no había sido un accidente.
Miguel Vargas Nehuén insistió hasta el último día en que se había tratado de un accidente doméstico, pero las pruebas lo desmintieron.
Los peritos corroboraron que Ana había sido rociada con nafta desde arriba y que el líquido inflamable había recorrido su cuerpo. Las pericias en los teléfonos celulares probaron la violencia de género, los celos y el control del que era víctima la mujer antes del crimen.
Desde que Ana falleció el 18 de agosto, 12 días después del brutal ataque, Vargas Nehuén estuvo detenido, aunque con prisión domiciliaria, a pesar de la expectativa de pena que lo esperaba de ser considerado culpable.
Los vecinos lo veían caminar por la calle, salir de la casa, pero cada vez que lo denunciaban un patrullero se acercaba a controlarlo y siempre lo encontraba en una habitación al fondo de la casa de sus padres.
Quién es Miguel Vargas Nehuén
Vargas Nehuén era DJ y trabajaba como ayudante de albañil. No tenía un trabajo estable y vivía en la casa que Ana se había construido.
«Hubo muchas veces que ella andaba golpeada, lastimada. Una vez anduvo con el ojo morado, eso nos llamó mucho la atención, pero daba excusas y explicaciones, entonces nosotros le creíamos. Ahora en el juicio nos fuimos dando cuenta de que daba diferentes versiones, por lo que creemos que mentía para ocultarlo», lamentó Daniela en diálogo con Clarín.
En los mensajes que se expusieron en el juicio, el hombre la amenazaba, «le decía que no servía para nada«, o si no le «contestaba enseguida, él le respondía con insultos».
«Ella contaba que él era muy celoso, que la controlaba mucho, pero después de los golpes físicos y eso, no nos contó nunca nada», indicó la joven.
No está claro qué pasó ese día cuando Ana regresó a su casa y encontró a su pareja. Lo cierto es que todos los peritos y expertos coincidieron: las quemaduras no fueron producto de un accidente. La muerte de Ana fue un femicidio. Uno más de los que se recuerdan tristemente en una fecha como hoy, a 10 años de la primera movilización masiva de «Ni Una Menos«.
EMJ