Tiene potrero Ezequiel Agustín Fernández, el admirador de Juan Román Riquelme. Lo que aprendió en el barrio Santa Brígida de San Miguel se le nota en ese andar chueco y cansino, en esa forma de aguantar la pelota, en esa pasión para tirarse a trabar hasta con la cabeza, en ese pedido casi desesperado de cada una de las pelotas, en ese choque de manos que ensaya como invitando al duelo al rival cuando lo está por encarar mano a mano. También hay barro y suela gastada en ese golazo de zurda al ángulo que hizo para sellar la indispensable victoria 3-1 de Argentina ante Irak por la segunda fecha del Grupo B. Sí, el Equi volvió y el fútbol apareció en Lyon.
A Fernández, que no fue titular en el debut de los Juegos ante Marruecos porque no estaba al cien por ciento desde lo físico, lo esperaban con ansias. Lo había reconocido Javier Mascherano el día previo al partido y volvió a hacerlo en la zona mixta luego del triunfo contra los árabes. «Es un jugador especial y fundamental para nosotros. Lo fue durante el Preolímpico y acá también lo va a ser», dijo el entrenador.
Fue el dueño del equipo el Equi y desde él creció el juego de Argentina. Su serenidad para manejar la pelota y sus buenos pases hacia adelante provocaron que se eleven los niveles de Cristian Medina y de Thiago Almada. Armó un festival de toques la Sub-23 y mereció ampliamente la victoria. Incluso debió golear. «Nos faltó uno gol más porque la diferencia de gol puede ser clave para la clasificación», se lamentó un integrante de la delegación.
Las estadísticas del volante de Boca ante Irak evidencian el partidazo que jugó: fue el número uno en toques (105), en intercepciones (4), en recuperaciones (12), en duelos ganados (6 de 9) y en pases acertados (81 de 88).
No se movió como único volante central Fernández, sino que compartió el eje con Santiago Hezze y fue el que más se soltó. Llegó varias veces a posición de gol, una de las cuestiones que más se le cuestiona en Boca, donde lleva marcados apenas dos tantos en 67 partidos. Pero poco a poco va mejorando en ese apartado el mediocampista de 22 años. O al menos llega más veces a posición de peligro, como esta tarde en Lyon donde la colgó de zurda en el ángulo en un tanto que trajo a la memoria el gol de Diego Maradona a Grecia en el Mundial 1994.
«Que Equi no se vaya a Arabia, que no se arruine la carrera», decía afuera del estadio un español de unos 60 años, hincha de Real Madrid y que vivió 10 años en Argentina. A su lado, su hija nacida en Buenos Aires y fanática de River por herencia materna, no dudó en catalogarlo como la figura del juego. Y hay bastante de verdad en las palabras del hincha europeo porque se parece demasiado a un desperdicio la posible salida de Fernández a Arabia Saudita. Es cierto que los dólares son muchos y que es sencillo hablar desde afuera. Pero la sensación es que Equi está para cosas más fuertes que el incipiente y millonario fútbol de Medio Oriente.
Claro que no todo es color de rosas para el Equi, que tiene incorporados vicios de futbolistas más consagrados. Tal vez aún no comprendió el espíritu de los Juegos Olímpicos y por eso se retiró sin hablar, muy a pesar de la hora de guardia que hicieron los únicos dos periodistas que estaban en la zona mixta y de que su palabra había sido garantizada. «Le da vergüenza», fue la explicación que dieron desde la delegación, sin tener en cuenta que minutos antes había hablado para la televisión.
Pero esto último es una cuestión menor: lo importante y primordial es que Ezequiel Fernández, el crack chueco y devoto de Riquelme, ha regresado. Y que además está con ganas de colgarse una medalla dorada en su pecho.