Es viernes al mediodía, Daniel está a 50 kilómetros de su casa, dando charlas en escuelas con otros veteranos. En un colegio se extiende el horario; en otro también, y la entrevista se diluye hacia la tarde.
Son días de muchas palabras, grandes emociones y, sobre todo, recuerdos. Daniel, de alguna forma, regresa imaginariamente a Comodoro Rivadavia, la ciudad que lo cobijó previo a la Guerra de Malvinas y unas semanas después de la rendición.
Cuando hablamos, una vez que recorrió los 50 kilómetros de regreso a casa en Villa Allende, reconoce que estuvo poco tiempo en la ciudad, que no fue la época más feliz, pero no duda en afirmar que le regaló uno de los vínculos más lindos de su vida. Daniel García es el soldado de Malvinas que, en un hogar de Comodoro Rivadavia, encontró una segunda familia.
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Daniel junto a Virginia, Juan Viegas y su hija Ana. Foto: Archivo familiar.
Pasaron 43 años de aquellos fríos y duros días, y el veterano de guerra aún se emociona cuando recuerda todo lo que Virginia Vilardo y Juan Viegas hicieron por él. Paradójicamente, a 1808 kilómetros de distancia de Córdoba sucede lo mismo: Ana, la hija del matrimonio, se emociona hasta las lágrimas cuando cuenta lo que su “hermanito” significa para ella. Es que su relación se convirtió en un vínculo eterno que tejió la guerra y que, de alguna forma, refleja todo lo que significó Comodoro durante el conflicto del año 82.
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Daniel hoy tiene 62 años, como muchos veteranos. Nació en Villa Allende y siempre supo que la Patagonia iba a tener un lugar en su vida. Con una sonrisa, al otro lado del teléfono, recuerda que cuando era chico le decía a su mamá que, a los 18 años, cuando le tocara hacer la colimba (el ya antiguo servicio militar obligatorio), le iba a tocar la Marina y lo iban a mandar a Tierra del Fuego. Y la verdad, estuvo cerca.
A Daniel le tocó el Regimiento de Infantería Mecanizado 8. El 1 de febrero, un día después de que se incorporó al Ejército, viajó en un avión con otros soldados al sur de la Patagonia. Pasó de los 40° grados a un aire frío y un viento que no sabía si era tierra o un granizo de color blanco, y admite que “fue un cambio que no esperaba”. Cuando llegó, lo subieron a un Unimog y lo llevaron al Regimiento. Así fue su bienvenida a la ciudad.
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Daniel fue designado como chofer del segundo jefe del Regimiento, lo que le permitió conocer un poco más la ciudad petrolera que tenía un inmenso cerro frente al mar. Aún recuerda ese día en que manejó hasta el centro para ir al Comando de la IX Brigada, donde el último martes comenzó la marcha de las antorchas.
“Yo sabía manejar un Fiat 600 y me tocó manejar una pickup F 100 con palanca al volante, sobre el ripio. Fue complicado porque le tenía que agarrar la mano”, cuenta entre risas sobre esa primera visita.
Por entonces, un tío de Daniel, con quien era muy compinche, quiso darle una mano y, al enterarse de que estaba en Comodoro, no dudó en escribir a la sede del banco donde trabajaba para que le dieran una mano a su sobrino. Grande fue la desilusión cuando, del otro lado, el fax no tuvo respuesta, hasta que lo leyó Virginia.
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Cuando lo cuenta, Daniel se emociona, porque ese fax marcó el inicio de su vínculo con ella y su familia. “Mandó dos o tres veces y no le contestaron; después mandó al banco Patagónico, tampoco le contestaron por la mañana, y por la tarde estaba Virginia trabajando en un turno desfasado y se comprometió con mi tío a que iba a averiguar. Le pidió el nombre, llamó al regimiento y no le contestaban.”
Finalmente, Virginia pudo contactarse con el soldadito cordobés. El 11 de febrero, un día después del cumpleaños de Daniel, lo llamó al regimiento y se presentó. “Nosotros siempre comíamos en el comedor, pero ese día, no sé por qué estábamos comiendo afuera. Se escucha la voz de un oficial. ‘Soldado García’. Éramos varios García, así que dijo el nombre: ‘Daniel García, teléfono’. Fui al teléfono contra la pared y al otro lado estaba Vicky: “Hola Daniel, soy Vicky. Ante todo, te quiero desear feliz cumpleaños, porque sé que ayer fue tu cumpleaños. Yo soy amiga de tu tío Luis y estamos a tu disposición para lo que necesites”.
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El fax que contestó Virginia luego que se pudo comunicar con Daniel. Foto: Archivo familiar.
El soldado recuerda ese primer contacto como si fuese hoy. Sabía que no estaba solo en el sur de la Patagonia. También recuerda que un domingo, Virginia, Juan y una amiga de la familia fueron a visitarlo. Lo saludaron, se presentaron y le ofrecieron ir a su casa cuando saliera de franco. El sabor de los caramelos y los chocolates aún puede sentirlo.
Por ese entonces, en Argentina, la palabra Malvinas solo resonaba en las aulas de las escuelas que recién iniciaban el ciclo lectivo. Era impensado todo lo que iba a suceder después. Fue en esos días, entre febrero y abril, que Daniel finalmente visitó la casa de los Viegas-Vilardo en el barrio 13 de Diciembre.
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“Me abrieron las puertas de su casa como si me conocieran de toda la vida, pero no sabían quién era yo, si era un delincuente o una persona buena. Me acuerdo de que me llevaron a un torneo de ping pong que había en el Estadio Socios Fundadores, me llevaron a Rada Tilly y el domingo a la noche, o el lunes a la mañana, me llevaron hasta el regimiento.”
Por ese entonces, Virginia estaba embarazada de Ana, su única hija, y de alguna forma adoptaron al pequeño soldado. Aún hoy, guardan en digital los archivos de fax que rememoran esos diálogos y la tranquilidad de la familia de Córdoba a la distancia.
Daniel en sus tiempos de colimba. Foto: Archivo personal.
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El 2 de abril, cuando el Regimiento 25 de Sarmiento recuperó la soberanía de las Malvinas, Daniel supo que iba a ir a la isla. No sabía cuándo sucedería, pero le habían dicho que el regimiento iba a reemplazar a las tropas sarmientinas.
Aún recuerda esa tarde en que, junto a un suboficial, fue a buscar a los bomberos una sirena que iban a mandar al Puerto Argentino para hacer la alarma ante posibles ataques aéreos. Ese día, le preguntó si lo podía llevar a la casa de los Viegas y llegó. Lo que no tuvo en cuenta es que no estaban en su hogar, pero un vecino, al ver el vehículo militar, rápidamente los ubicó. Ese día fue la última vez que se vieron previo a la guerra.
Finalmente, el 9 de abril a las 9:30 de la mañana, Daniel viajó a Malvinas. El primer destino de su sección era el Monte Dos Hermanas, pero, finalmente, luego del bautismo de fuego, los llevaron a Bahía Zorro, en la Isla Gran Malvina, para contener un posible desembarco inglés.
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En ese lugar, vivió en carne propia la crueldad de la guerra, el hostigamiento del bombardeo aéreo y naval, el frío y la falta de alimentos por los 80 kilómetros que separaban ese lugar de Puerto Argentino. Admite que no estuvo en combate como otras tropas, pero asegura que el terror de la guerra se sintió igual con dureza.
En Bahía Zorro, Daniel y sus compañeros del Regimiento Mecanizado 8 juraron lealtad a la bandera. “Es un gran orgullo”, dice con emoción. Foto: Archivo personal.
Finalmente, el 15 de junio, un día después de la rendición argentina, ese buque que acechaba la costa llegó a la bahía y tomó control de la situación. A los soldados, suboficiales y oficiales les quitaron todos los elementos cortantes, el armamento y los detuvieron en diferentes lugares. Era momento de volver al continente.
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“Uno no tenía noción del tiempo, quizás estuvimos 24 horas. Hay cosas que uno se olvida, pero de buenas a primeras nos hicieron subir a lanchas de desembarco y nos hicieron subir a un buque y, después de un par de días de navegación, nos llevaron a Puerto Madryn”.
EL BAÑO MÁS ESPERADO
El 21 de junio, dos días después de que la ciudad portuaria se quedó sin pan, Daniel volvió a tocar tierra firme. Recuerda que los recibieron con chocolate caliente y bizcochos, pero todos querían comer pan. Luego sería el momento de volver a Comodoro, por tierra, y regresar al regimiento.
Luego de una semana, Daniel tuvo su primer franco y no dudó en ir a la casa de los Viegas-Vilardo. Lo trataron como a un rey y, ante todos los ofrecimientos, eligió uno en particular. “Ellos me atendieron como si fuera el dueño de la casa: me preguntaban qué quería comer, si quería aquello. Yo me acuerdo de que en el baño tenían una bañera de hierro y les pedí si la podía llenar con agua caliente para poder quedarme remojando. Necesitaba bañarme porque yo me había bañado por última vez el 25 de mayo en Malvinas. Quizás me bañé después en el regimiento, pero no lo recuerdo. Sí me acuerdo de que me bañé dos veces desde el 9 de abril hasta que volví al continente y no fueron grandes baños. Uno fue con agua fría y otro en una bañera donde nos bañamos cuatro o cinco personas, con agua que ya estaba sucia.”
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Daniel en las Islas Malvinas. Foto: Archivo personal.
Cuando lo cuenta, se emociona y es imposible no hacerlo. Cuatro décadas después, todavía está muy agradecido. “Me acuerdo de eso y pienso en las cosas que hicieron por mí sin conocerme, porque no me conocían, y es un agradecimiento eterno que uno tiene hacia ellos”.
Finalmente, el 18 de agosto, Daniel regresó a Córdoba. Por supuesto, antes estuvo con su segunda familia y terminó de sellar ese vínculo que traspasó años y distancia. Es que, en Córdoba, el soldadito hizo su vida. Formó su propia familia y se convirtió en padre de dos hijos que hoy tienen 35 y 29 años, y una hija que falleció dos días después de que nació, situación de la que dudan si realmente sucedió. Pero, a pesar de todo, nunca se olvidó de su familia del sur, quizás por una sencilla razón.
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“Para mí ellos son mi familia del corazón. A Juan y a Virgi los llamo para el Día del Padre y la Madre. Los llamo cuando cumplen años y he ido varias veces a Comodoro y siempre quise que mis hijos conocieran Comodoro. Fuimos en 2003, 2007, 2009 para el casamiento de Ana, para los 200 años del Regimiento, cuando a Virgi la operaron le caímos de sorpresa para ayudarla y en 2018 cuando a Juan lo habían internado y se le complicaba el tema de la internación decidí ir 15 días para ayudarlos, porque era lo que correspondía. Ellos son mi familia”.
Daniel junto a Juan en la terminal de Comodoro. Foto: Archivo familiar.
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Daniel admite que estos días son muy movilizantes para él, pero el 2 de abril en su calendario es del 1 de enero al 31 de diciembre. Es que siente orgullo muy grande de “haber sido parte de la recuperación de las islas, orgullo de haber estado en Malvinas, de haber jurado defender la patria y de haber cantado el himno en las islas”.
“Para nosotros fue como ganar el Mundial», dice sin dudar. «Pero, más allá de eso voy a estar eternamente agradecido a la familia del corazón, a Juan, a Vircky, a toda su familia, porque no voy a poder pagar nunca todo lo que hicieron por mí”, dice el soldado que dejó su adolescencia en las islas y parte de su corazón en Comodoro, la ciudad que lo cobijó gracias a ese fax que una bancaria respondió.